El irresistible atractivo sonoro de las aves
El mistérico canto de los pájaros seduce por igual al compositor Messiaen que al técnico de sonido Carlos de Hita
Puede ser en una fresca mañana de primavera, incluso en una tórrida velada de estío, y también en los húmedos amaneceres de otoño y en el gélido invierno, aquí y allí, el canto de las aves acompaña como el solista del fecundo concierto de la naturaleza. Sobrecoge el aullido del lobo y estremece la ungulada berrea, aturde la chicharra e irrita el grillo, pero no hay nada comparable al trino de los pájaros que lleva existiendo milenios (cantaban antes de que el primate fuera Sapiens) y que seguirán interpretando cuando la Humanidad desaparezca. El de los pájaros es un concierto que, como insiste el especialista Carlos de Hita, es en exclusiva para ellos: «Que no se nos olvide, no cantan para el resto de los seres.»
Así que, como intruso, el hombre se ha interesado por esas melodías, por su capacidad de crear belleza, desde la Antigüedad hasta hoy, cuando la web es un excelente catálogo y se diseñan aplicaciones móviles para descubrir sus cantos. Dice Jacques Delamain en Por qué cantan los pájaros que «Un pájaro disfruta de la nota modulada por su propia garganta… es capaz de elegir entre sus notas las más claras, las más puras y las más llenas… Y es en su búsqueda de la belleza donde el arte del pájaro nos conmueve.»
Así ha sido desde Aristóteles quien alabó la singular maestría del ruiseñor que enseña a sus crías el canto sobre el que luego ellas ejercerán su personal y respectiva variación (en este vídeo TED se explica para el público del siglo XXI). Y de la observación se pasó a la reflexión poética, a la creación de arte bajo la inspiración de su canto, como la memorable Oda a un ruiseñor de Keats, en donde el ave alcanza cualidades divinas.
Thou wast not born for death, immortal Bird!
No hungry generations tread thee down;
The voice I hear this passing night was heard
In ancient days by emperor and clown:
(…)
Adieu! adieu! thy plaintive anthem fades
Past the near meadows, over the still stream,
Up the hill-side; and now ‘tis buried deep
In the next valley-glades:
Was it a vision, or a waking dream?
Fled is that music: —Do I wake or sleep? [i]
El ejemplo más conocido por la intensidad y la extensión de sus resultados sea el de Olivier Messiaen, quien en abril de 1952 recibió el citado libro de Delamain y a partir de su lectura inició una tarea digna de un apostolado: un recorrido por los cantos de los pájaros que derivó, entre otras obras, en su Catálogue d’Oiseaux, siete libros que recogen su «interpretación» para piano de 13 pájaros, 13 partituras de quien se consideraba a sí mismo también como ornitólogo.
Quizá fue su pobre visión lo que agudizó su oído. Quizá fue el encuentro con la naturaleza que el niño Olivier experimentó un verano de 1911, con apenas tres años, cuando su familia se mudó al pequeño pueblo de Ambert, junto al Parque Natural de Livradois-Forez. También influyó sin duda la educación que recibió de sus padres —la poetisa Cécile Sauvage y el traductor Pierre Messiaen—. Quizá sencillamente él era así, pero lo cierto es que, desde muy joven, cuando Messiaen, persona profundamente religiosa, escuchaba el trino alcanzaba a percibir el susurro divino, cuando atendía a las réplicas y contrarréplicas disfrutaba del coro de los ángeles; se deleitaba místicamente con el gorjeo, el murmullo y el piar, como también lo hizo Beethoven en su Sinfonía Pastoral en la que recoge las voces del ruiseñor, el cuco o la codorniz.
El músico y filósofo David Rothenberg en su obra titulada como la de Delamain, Por qué cantan los pájaros (que inspiró este documental de la BBC), insiste en que «nadie que escuche de veras el canto podría considerarlo aleatorio. Hay tono, ritmo, modelo, reposo». Y Lucrecio en La naturaleza de las cosas sitúa al canto de los pájaros como inspirador de la música humana, la que se rastrea, además de en Beethoven y, por supuesto, en Messiaen, en Sibelius, Debussy, Mendelssohn o Britten, y que llega al paroxismo con el Romanticismo.
Canta Lucrecio:
Entre la selva escucharon el encantador ruido
De las gorjeantes aves e intentaron amoldar sus voces
E imitarlos. De esta manera las aves instruyeron al hombre,
Y le enseñaron cantos antes de que comenzara su arte.
Pero entonces, llega Carlos de Hita, técnico de sonido y Premio Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad 2017, autor de las grabaciones de, por ejemplo, el aplaudido documental Cantábrico y rebaja el hálito romántico que estaba alcanzando el concierto emplumado: «El canto de las aves es el elemento fundamental del paisaje sonoro. Pero que quede claro que no constituyen una orquesta, somos nosotros quienes damos el sentido estético a un sonido puramente funcional.»
Carlos de Hita, de todos modos, también cae seducido ante el trino volátil que recoge tras horas y horas de atenta escucha en la naturaleza. «Es cierto, dentro de lo instintivo de este canto, hay especies que lo elaboran de tal modo que llegas a pensar que lo están haciendo de una manera “consciente”, son esas aves que afinan armónicamente, como el mirlo o el zorzal», explica.
Messiaen era consciente de que la imitación del canto del pájaro era tarea imposible, que su labor era la de la interpretación de los trinos, trasladándolos al piano, en lo que es la labor del creador: convertir el canto animal en melodía que recrea la voz y el ámbito. Messiaen supera la mímesis para ofrecer una magistral creación, composiciones hercúleas a las que pocos intérpretes se han enfrentado. Entre los más destacados, Pierre Laurent Aimard, quien acaba de publicar su interpretación de 13 de las composiciones del Catálogue d’Oiseaux. Precisamente, Aimard las interpretó, antes de publicarlas, con la Orquesta Aurora en septiembre de 2017 en el Royal Festival Hall de Londres, en un evento que entrelazó el concierto de la orquesta, dirigida por Nicholas Collon, con animación, narración de audio, grabaciones de cantos de pájaros y una instalación de 1.000 grullas de papiroflexia.
Desde los pigmeos Ba-Benzele hasta Beethoven, también presente en el citado concierto con su Pastoral, el ser humano ha creado música derivada del mundo aviar e inspirada en el canto de las aves:¨«un desafio genuino a la vanidad humana», como señala Rothenberg, citando también a Kant quien consideraba que «no es realmente bello, sino sublime, algo maravillosamente extraño para nuestro entendimiento, seductor, pero siempre fuera de nuestro alcance».
Y esa admiración llega a su paroxismo cuando cae el sol, ¿por qué algunos pájaros cantan de noche? Como se preguntaba Wilson Flagg: ¿Por qué les gusta cantar cuando nadie va a responder a su llamada? ¿tienen cultos religiosos y sus cantos de medianoche son flujos ardientes de su devoción? Delamain describe poéticamente al noctívago ruiseñor: «despliega, en su canto nocturno, sus acentos apasionados, ardientes y sinceros. Este posee todos los recursos del arte: en una veinte de estrofas diferentes, acumula sus notas plenas y ricas las liga, las opone, las repite.»
Y Carlos de Hita responde raudo, desde la experiencia más técnica: «El ruiseñor canta para delimitar su territorio. Se lleva la fama porque es una de las pocas aves que canta durante la noche, lo que lleva a pensar que tiene un componente lírico. Aunque la mayoría de los que cantan son aquellos que no han criado todavía. En cuanto tienen pareja bajan su canción. Este es el mensaje universal: el macho que está delimitando su territorio, garantizando a la hembra que tiene posibilidades para alimentar a sus crías y rechazando a otros machos que merodean por su zona. Esa es la tensión que provoca el concierto de la naturaleza. Y vale para las ranas que croan, para la estridulación de los grillos, para la berrea de los ciervos, cientos de maneras de autoafirmación del territorio que poco tiene de lírico».
Si el compositor no imita los cantos de los pájaros, sino que los recrea, entre las aves se pueden encontrar buenos ejemplos de imitadores. «La imitación es muy común entre las aves. Lo que ocurre es que en muchas ocasiones hay que tener muy buen oído para detectarla, por eso en las excepcionales en que es casi perfecta como el mirlo o el ave lira nos produce esa suerte de admiración y consideración artística», aclara Carlos de Hita, quien tiene preferencia por un pequeño pájaro: «Hay un ejemplo maravilloso que es el mosquitero musical, que viaja de África a Europa. En su canto va incorporando las voces de las aves que encuentra a su paso con lo que su voz es un mapa sonoro de su recorrido».
¿Por qué hacen esto las aves? «Hay muchas teorías», apunta, «pero se entiende que las aves, como los seres humanos, tienen una base genética que les señala su canto, aunque luego también incorporan lo que oyen alrededor, lo que en nuestro caso podríamos identificar como idioma y acento. Y algunas aves que aprenden a cantar lo que oyen a sus padres también incorporan otras voces, que no es un signo de burla a otros congéneres, sino elementos enriquecedores de su propia canción.»
Oliver Messiaen trabajó en este ámbito en su obra Catalogue d’oiseaux. Cada uno de los trece cuadernos lleva el nombre de un pájaro solista representativo de la región francesa en la cual se recrea la pieza. El canto de este «solista» se ve acompañado por el de otros congéneres, creando un paisaje sonoro como se puede comprobar, por ejemplo, en el cuarto cuaderno, Le Traquet Stapazin (La collalba rubia).
Messiaen traslada al oyente a la soleada costa del Rosellón a través de un encadenamiento de acordes descendentes que insinúan los cultivos de viñedos en terrazas propios de esta zona del sur de Francia, donde las abruptas apariciones de la pequeña collalba rubia se suceden junto a las sinuosas frases del jilguero, los ladridos viscerales de la gaviota argéntea o las melodías de la omnipresente curruca tomillera, cuyo canto melódico —asentado sobre el luminoso acorde de Mi mayor— representa la antítesis a las estrofas atonales del solista principal.
¿De dónde procede esa atracción por el canto de las aves? Carlos de Hita entiende que, aunque las aves no hagan música para nosotros, «en el canto de las aves hay muchos elementos de la sintaxis musical. No sé, por ejemplo, cuando oyes una oropéndola es muy fácil escuchar un oboe y de inmediato te trasladas a la sensación de que está haciendo música. O cuando oyes a un grupo de mirlos, cada uno de ellos con su propia frase, no es difícil pensar que cada uno ha compuesto su canción.»
Y de ahí a tratar de reproducir gráficamente esas sonoridades. Walter Garstang en su Cantos de los pájaros mostró su voluntad de poner por escrito las melodías aladas. Por un lado, recurre a palabras reconocibles para representar la estructura y el timbre de los pájaros. Por otro, quiere reflejar su consideración de que el canto en sí mismo es una expresión de las emociones del pájaro, «una elevación prolongada del espíritu», una transformación de sus graznidos y su piar en algo superior. Lo representa en extraños poemas onomatopéyicos que suenan dadaístas, como el de la alondra anunciando el amanecer, que comienza así:
¡Swee! ¡Swee! ¡Swee! ¡Swee!
¡Zwée-o! ¡Zwée-o! ¡Zwée-o! ¡Zwée-o!
¡Sís-is-is-swée! ¡Sís-is-is-swée!
¡Joo! ¡Joo! ¡Joo! ¡Joo!
¡Jée-o! ¡Jée-o! ¡Síssy-sejóo!
Por su parte, Carlos de Hita ha apostado por el sonograma, una herramienta científica que permite a quienes trabajan en la Bioacústica medir, calcular y reflejar un sonido. «Desde que los descubrí me fascinaron porque hay algunos que parecen caligrafías, siguiéndolos, sigues de manera intuitiva la canción, el ritmo, los intervalos, los silencios… Y además es una herramienta estéticamente bellísima, muy fácil de leer, como si fuera una partitura. Se podría decir que el sonograma es la partitura de un paisaje sonoro». Así se percibe en el último que ha publicado, El canto del mirlo, donde es imposible no sucumbir a barruntar cierta inspiración divina en su melodía.
[i] | Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal! No habrá gentes hambrientas que te humillen; la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída por el emperador, antaño, y por el rústico;¡Adiós, adiós! Doliente, ya tu himno se apaga más allá de esos prados, sobre el callado arroyo, por encima del monte, y luego se sepulta entre avenidas del vecino valle. ¿Era visión o sueño? Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido? |