¿La canción del verano?
Cuando nací parecía un niño normal. Lloré, los médicos comprobaron que veía, que oía, que tenía los miembros mejor ensamblados que un mueble de Ikea montado por operarios y, en cuanto me enseñaron teta, me puse a mamar. Siempre he sido un poco mamón, eso hay que reconocerlo. Era tal el alborozo, que mi padre y mi abuelo se chuzaron como nunca más han vuelto a hacerlo, llegando incluso a colarse en una boda. Sin embargo, nadie pareció percatarse de una tara, una minusvalía oculta a simple vista que me acompaña desde entonces: soy incapaz de reconocer cuál es la canción del verano. Al menos, no me entero hasta mediados de octubre. Y así desde que alumbré en 1968, año en el que, por cierto, la reina de las vacaciones fue El Puente de Los mismos.
No pretendo aburrir a nadie contando aquí mi vida, sino sólo exponer que la canción del verano es uno de esos virus de la sociedad actual al que creo ser inmune. No es que la odie, no es que me espante, no es que me parezca el hilo musical de los infiernos de Dante: es que no me afecta.
Realmente, mi disfunción no se manifestó hasta 2002, año en que las cantantes del tema Yo quiero bailar, las neumáticas Sonia y Selena, partieron peras, y no me refiero a sus implantes. En aquel entonces, al leer en la consulta de un dentista la noticia de la disolución del dúo, se me ocurrió preguntar en voz alta quién diablas eran Sonia y Selena: resulta que eran las intérpretes del exitazo del verano anterior. Para sorpresa de los presentes, yo no las conocía. Incluso una niña que abandonaba la consulta se animó a coreografiar y a cantarme el estribillo, pero nada. También puede ser que se debiera a que la chiquilla tenía media boca dormida por la anestesia…
Fue ahí cuando me di cuenta de que algo no iba bien. Lo curioso es que no hay razón aparente para ello, porque si la fórmula de una canción del verano es tener una letra sencilla, una melodía pegadiza y un estribillo machacón, entonces también debería ser inmune a la mitad de la discografía de AC/DC, cosa que no ocurre. Y eso que, en alguna ocasión, el grupo de Angus Young ha llegado a vestirse como Los Inhumanos.
En los años ochenta no detecté este defecto de fabricación mío porque como había menos profusión de medios y aún existían programas musicales pues las cosas quedaban más claras. Salía un presentador y te decía «Y vamos ahora con la canción del verano» (o sea, para memos, para mí), y a continuación te soltaban un clip con La barbacoa, Escuela de calor, La lambada, Aquí no hay playa, Loco mía, Sopa de caracol o Sufre mamón, canción esta inmerecidamente olvidada del disco recopilatorio de la cárcel de Guantánamo. Pero aun así, en aquella década sufrí un despiste preocupante: Voyage, voyage de Desireless. O no la escuché o mi defecto la descartó. El caso es que bastantes años después, viviendo y trabajando en México, descubrí el tema Vuela, vuela de los mexicanos Magneto que, al parecer, es una versión de la que en su momento se radió en todas las emisoras españolas durante el verano del 87. Desde entonces, si la escucho, la reconozco, pero de lejos, porque a mí me viene la versión en castellano, lo cual es infinitamente más doloroso…
Trabajo en televisión (lo que aún tiene más delito) y hace pocos días, en una reunión creativa, tratábamos de encontrar un tema comercial para hacer una parodia modificándole la letra. «¿Cuál va a ser la canción del verano?», preguntó alguien. Iban listos si pensaban que yo les iba a ofrecer el menor pronóstico. Ahora me sé todas las del año pasado y mi favorita es Me gustan mayores, de no sé quién. Pero ¿aventurar la canción de este verano? ¿Yo? ¿Estamos locos? Pues alguna de un triunfito, aunque igual ya llego tarde; o una remezcla con Kiko Rivera haciendo como que hace algo, para variar. Ni idea. Si por mí fuera, la canción de este verano sería Aborto es deseo de Tu madre es puta. Es pegadiza, es sencilla y es machacona. Aunque creo que también llego tarde: es de hace un año…
Así las cosas, me gustaría finalizar lanzando un mensaje de esperanza a las generaciones futuras: se puede vivir sin la canción del verano. No es obligatorio, pero se puede. Yo lo he hecho: intentadlo. Bien es cierto que, en mi caso, no es una cuestión de voluntad sino el síntoma de una minusvalía. Aunque, tal y como está el dial, no tengo claro si se trata de una minusvalía o de un don. Acaso un superpoder.