David Rothenberg: «Hay animales que sienten la necesidad de hacer arte»
Clarinetista y filósofo, este estadounidense lleva casi dos décadas tocando con pájaros, ballenas e insectos.
«Estaba tocando el clarinete y un pájaro se me unió. Era un tordo de cresta blanca. Yo no sabía nada sobre este pájaro y me sorprendió. Lo que hicimos entre los dos era algún tipo de música. Nadie había pensado hasta entonces en que había algo verdaderamente musical en este pájaro. Y lo que aprendí después es que, en esta especie, macho y hembra cantan a dúo. Éste estaba solo, así que parecía desesperado por comunicarse con alguien. Fue todo un descubrimiento musical».
De aquella experiencia en el Aviario Nacional de Pittsburgh han pasado 18 años. Fue el día en que el clarinetista David Rothenberg tuvo su momento de iluminación, el día en que abrió una puerta que le ha llevado a dar recientemente conciertos junto a ruiseñores en Berlín. «No sabemos por qué hay tantos ruiseñores allí, parece que les gusta la ciudad», explica sobre Nightingales in Berlin, proyecto que verá la luz en forma de disco, libro y documental en 2019. «Claro, es arriesgado salir al escenario porque, ¿cantarán?, ¿empezarán a las diez, a las once, a las doce de la noche?, ¿cuánto tiempo esperará la gente? Porque la gente es impaciente. Pero al final cantan y cuando empiezan ya no paran».
El peculiar caminar creativo de este clarinetista y filósofo le ha llevado a trabajar no solo con pájaros, también con ballenas e insectos. Un viaje que ha fortalecido su creencia de que algunos animales no solo emiten sonidos por motivos prácticos, sino también estéticos. Que hay arte y música en el mundo animal, sentido natural de la estética. «Lo dijo el propio Darwin en El origen del hombre. Los pájaros tienen un sentido estético natural. Aprecian la belleza, y esa es la razón por la que han desarrollado hermosos plumajes y bonitas canciones. Puede sonar radical, pero es solo una idea radical para quienes creen que todo en la naturaleza es pragmático», apunta el estadounidense, que pone como ejemplo las extraordinarias estructuras que construyen los ptilonorrínquidos en Australia. «Mucha gente piensa que son nidos, pero son esculturas para atraer a la hembra. Y dedican meses a hacerlas, sienten la necesidad de hacer arte».
En el mundo aviar, David ha encontrado nuevos compañeros para la improvisación. «Con los animales existe el riesgo de que no funcione, pero es importante abrirse al riesgo. También hay riesgo de que el baterista no aparezca», bromea Rothenberg. «Algunos animales utilizan escalas, todo tipo de melodías, repetición, innovación, tienen sentido rítmico, estructura, forma…, pero, por encima de todo está la emoción, su sentido emocional».
Asegura que, detrás del piar que escuchamos, existe placer. «Al cantar, los pájaros liberan dopamina en sus cerebros, son adictos. Obtienen placer de ello», aunque reconoce que algunos científicos lo consideran algo pragmático y evolutivo. Contra esa idea, David Rothenberg defiende que muchas de las «canciones» de pájaros y ballenas no son meramente instintivas, sino que las aprenden. «Los insectos son mucho más instintivos, pero la ballena jorobada o muchos pájaros aprenden esas canciones y están listos para aprender nuevos sonidos«.
Producto de sus experiencias junto con animales, David Rothenberg ha publicado ya varios textos y discos. En español se encuentra disponible la traducción de su libro de 2005, ¿Por qué cantan los pájaros?, aunque tiene también editados otros sobre su relación musical con las ballenas, sobre los insectos y uno acerca de la relación entre arte y ciencia. «Y eso significa que he trabajado con gente que al principio estaba enfadada conmigo por haberla criticado». Científicos que, según el clarinetista, han aceptado ya el concepto musicalidad como algo cuantificable en sus estudios. «Casi todas las lenguas humanas definen como canciones este tipo de sonidos. No los llaman vocalizaciones o lenguaje, los llaman canciones, reconocen que hay algo musical en ello».
Casi dos décadas de conciertos con ballenas, pájaros e insectos han cambiado la percepción que David Rothenberg tenía de la música («No creo tener una buena definición ahora mismo», confiesa) y han ampliado la gama de sonidos con los que trabaja, algo a lo que cree que le ayuda su condición de músico de jazz, «porque el jazz está tradicionalmente más abierto a otro tipo de sonidos». Eso sí, siempre que se considere el jazz como algo abierto y no dogmático como lo hacen algunos músicos y críticos, «un lobby que no es tan fuerte, son cada vez menos». Y así, en su siguiente proyecto, el clarinetista se quiere llevar al público a escuchar…charcas.
«Si metes un hidrófono (micrófono acuático) en una charca, en una normal, verás que está llena de sonidos extraños. Pregunté a los científicos qué son y me dijeron que no lo saben, que apenas se conocen el 10% de los sonidos que se escuchan en una charca. ¿Cómo es posible? ¡Estamos en 2018! A nadie le importa», se lamenta Rothenberg. «Algunos sonidos parecen insectos, pero en realidad es el gas que se escapa de las plantas. ¡Y suena como música!», celebra.
Más allá del debate sobre si los sonidos de algunos animales son o no música, la de David Rothenberg es una celebración de la belleza y nos pone en comunicación con nuestra parte animal y natural, tantas veces aplacada. Además, como filósofo mantiene viva la llama de las humanidades en un mundo tan tecnologizado y pragmático.
En el Instituto de Tecnología de New Jersey, donde forman ingenieros, hombres de negocios e informáticos, Rothenberg tiene barra libre para «hacerles pensar en lo que está bien y está mal, en lo que es bonito y en lo que es desagradable». Junto a sus alumnos reflexiona sobre el mundo y la globalización en un ejercicio de «filosofía de la tecnología» en el que les hace reflexionar «sobre cómo nos están afectando a la cabeza los móviles e internet, cómo cambian nuestra forma de razonar». También les ofrece libros y música para escuchar. «Les hago pensar de forma crítica sobre cosas que, de habitual, simplemente disfrutan y por las que no se preocupan».