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Parabién con la educación no formal

Parabién con la educación no formal

Durante la pandemia se ha reducido en gran medida la agenda cultural de actuaciones en vivo. Y estos eventos se han visto afectados en cuanto a reducción de aforos, entre otras medidas. Sin embargo, el consumo de música por streaming ha aumentado. También se ha disparado la venta de instrumentos musicales; al menos de guitarras, ukeleles y teclados domésticos. Parece que se recupera a nivel social la búsqueda de solaz y diversión de hacer música sin la «presión» de tener que seguir un plan de estudio preestablecido. Y semejaría que, por fin, se fuera desvaneciendo la noción errónea extendida de que “yo soy un negado para la música”. Apenas un 1,5% de la población mundial padece amusia, un trastorno (genético o por lesión en la cabeza) que supone, entre otros síntomas, una pérdida de la percepción musical. El amplísimo resto de la gente tiene una capacidad gradual. La musicalidad no es una característica binaria que se tiene o no se tiene en absoluto. Algunos aspectos pudieran estar influidos genéticamente, pero la mayoría implican una adquisición de conocimiento. Además, la psicología evolutiva explica que el potencial de desarrollo perdura durante toda la vida. No hay, a priori, una meseta o declive, en la edad adulta y la vejez, respecto a la aptitud de aprendizaje. De hecho, su experiencia en la formación e interconexión de conceptos y esquemas mentales les facilita los procesos racionales.

La educación musical es tan antigua como la humanidad, pero de sus características iniciales sólo podemos especular. Los conocimientos se transmitían, probablemente, de manera individual a la manera de los artesanos. Más tarde, en la Antigüedad, ya se institucionalizó esta enseñanza en el marco de las instituciones religiosas. Ello permitía formalizar y mantener alta la calidad de una parte muy relevante de la liturgia. En pleno Renacimiento surgió el modelo de Conservatorio como centro secular de educación musical. Y hasta ahora se mantiene, como institución que ofrece unos estudios conducentes a una capacitación profesional y titulación oficial, sin que nunca se haya perdido la figura paralela del instructor particular. Como ente intermedio se encuentran las escuelas de música, públicas y privadas, con una enseñanza estructura, aunque con una mayor flexibilidad en la temporalización y consecución de metas.

En la actualidad, las tecnologías de la información y la comunicación permiten el acceso fácil y rápido a una inconcebible cantidad de conocimiento. También, el abaratamiento y facilidad de acceso de equipamientos tecnológicos facilitan la grabación y transmisión de audio y vídeo de alta calidad. Todo ello estimula el autoaprendizaje. La autonomía y la formación permanente para una continua actualización de los saberes conforman el paradigma del lifelong learning, reconocido como necesario incluso por las últimas reformas y corrientes educativas mundiales ante los constantes y rápidos cambios en las sociedades contemporáneas. Este autoaprendizaje de un instrumento musical puede, y debe, formar parte de las actividades de un proceso educativo reglado. Pero también es susceptible de encontrarse fuera del sistema, sin intención de obtener un certificado y sin experimentar evaluaciones externas. Lo que sí es imprescindible para lograr una práctica más efectiva es que se trate de un proceso organizado, estructurado. Para la eficiencia en la obtención de logros y consistencia en la progresión del aprendizaje de un instrumento, la práctica ha de ser secuenciada, de manera continua en el tiempo y reflexiva.

Así pues, en música, tanto si se cuenta con un profesor particular, como si nos procuramos autoformación, debemos distinguir y adscribirnos a una esfera de educación no formal, frente a la educación informal. Ambas se encuentran fuera del ámbito de las instituciones pero, mientras la no formal implica intención y planificación, la informal no cuenta con proyecto, es contingente y eventual.

La práctica musical es una actividad relativamente exigente por su complejidad y subjetividad intrínseca. Imbrica medios mecánicos, técnicos y expresivos. Prestar atención a su interacción es enrevesado, por lo que es útil, muy especialmente en estadios iniciales, contar con una mirada externa que ayude guiando y señalando aspectos sobre los que el aprendiz puede no ser totalmente consciente, que le sirva de “espejo” en el que monitorizarse.

Pero también se puede trabajar de manera autónoma, si bien es más arduo y difícil. Se presupone una firme motivación intrínseca a la que baste como refuerzo positivo la percepción del propio avance -por no haber ni una voz autorizada que ofrezca estímulos externos-. Además, hay que ser capaz de realizar una planificación eficiente. La autoconciencia de la propia capacidad y la paciencia permiten establecer objetivos y plazos realistas que desarrollen un avance continuo, evitando frustraciones. Partiendo de esta base, hay que seguir un trabajo de recolección de información significativa, y realizar su análisis, evaluación, síntesis y gestión.

Sea aprendizaje guiado o autoguiado, al practicar es preciso reconocer qué problemas se deben resolver y cómo responder a los objetivos. La búsqueda de ideas y soluciones viables puede venir de diferentes fuentes. La preferencia de determinadas herramientas y su eficacia dependen del modo de ser de cada persona. Se puede aprender a partir de la observación de vídeos, tutoriales escritos, puesta en común con otros aprendices… La combinación de recursos suele ser más efectiva que la adscripción a uno sólo, al igual que la de distintas técnicas (innumerables existentes) de estudio.

Gracias a estas fuentes se pueden aprender las características del instrumento, la producción sonora correcta, el lenguaje, repertorio, las prácticas y estilos, etc. Pero además hay que asimilar ese conocimiento, integrándolo en la experiencia propia para aplicarlo en nuestro contexto.

Al trabajar un elemento singular, hay que aplicar la capacidad auditiva (siempre en desarrollo). No sólo el oído externo, sino el interno: únicamente al comparar las características del resultado percibido con la idea mental a la que pretendemos acercarnos como resultado se reconoce la necesidad de cambios en el material musical producido. Por ello hay que realizar una rigurosa autocrítica hacia el propio desempeño. Esto conduce al siguiente paso que sería una identificación de la fuente del problema y las correcciones necesarias a ser aplicadas en la siguiente ejecución. Ahí comienza un bucle de continua comprobación sobre un modelo a seguir, bien generado mentalmente, bien externo al que imitar. De esa resolución han de establecerse e interiorizar procedimientos que contribuyan a gestionar futuras situaciones, dentro de la misma obra, así como en partituras venideras. Creando un “disco duro” en el cerebro con recursos y soluciones, al que acceder en un proceso interminable.

Precisamente “vivir” esa infinitud en soledad no parece una perspectiva muy grata. Aunque se puede disfrutar tocando un instrumento a solo (especialmente los polifónicos), resulta más gratificante hacer música con otros, compartiendo la experiencia. De hecho, la psicología social estima que la presencia de otras personas incrementa en uno la motivación e intensidad con las que se realiza una conducta. En la enseñanza no formal se corre el peligro de perder ese contacto, al no existir la obligatoriedad como asignatura que está en la formal. Igualmente, centrarse en el aprendizaje del instrumento podría llevar a dejar de lado profundizar en conocimientos complementarios. Actualmente se reconoce que el panorama cultural y tecnológico globalizador casi requiere una integración de saberes, independientemente del nivel que se tenga o al que se aspire. La interdisciplinariedad contribuye a la asociación de contenidos teóricos y habilidades que permitirán una optimización del desempeño. Así, por ejemplo, el conocimiento de las formas y estilos musicales facilita la lectura a primera vista, mientras que la observación de las características estéticas de los diferentes periodos produce, a priori, ejecuciones más coherentes y convincentes…

La instrucción formal ofrece un proceso sistematizado diseñado estratégicamente para profundizar de forma progresiva en el conocimiento musical. La educación no formal permite un grado de personalización impracticable de otra manera. Ambas son viables. Ambas tienen sus puntos buenos y mejorables.

Sólo depende del interesado en tocar un instrumento en elegir una, otra, ¡o ambas!

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