¿La música country exige lo mejor de sus intérpretes?
Pregunto. No lo sé, pero me da la sensación de que sí. Ya antes de ver el magistral documental Country Music (2019) de Ken Burns, había pensado que, a pesar de todas las malas connotaciones asociadas con el género —la supuesta simplicidad, la faceta melodramática, el machismo, el conservadurismo político, entre otras cosas— había dos características claves del country: la exigencia de un nivel tanto vocal como instrumental altísimo y la necesidad de contar una historia, de expresar algo concreto que refleja la experiencia humana, por simple que sea. Como dice un chiste sobre el sentimentalismo de la letra country: “Mi mujer se fugó con mi mejor amigo, y lo echo de menos…” (aunque, por cierto, tendría que ser cantado con una voz impresionante).
Como toda reflexión sobre cualquier cosa ajena es, en gran medida, una especie de autorreflexión —en mi caso, por lo menos— he de confesar que el country es la música que se escuchaba por excelencia en mi casa familiar cuando era joven. Y no precisamente el country guay (ver abajo), sino el sonido Nashville más kitsch de los años 70. Y me costó volver al country, a apreciar lo que ofrece como género musical. Aunque lo logré, al fin y al cabo. Ha sido, hasta cierto punto, un proceso de aprender gustar, como a veces hay que aprender comer o volver a comer un alimento que en su día no se apreciaba. Una especie de música chipirones en su tinta, digamos.
Sería fácil citar una larga lista de interpretes country ya aceptados por el establishment guay, los iconos como la familia Carter, Hank Williams, Johnny Cash, Loretta Lynn, Merle Haggard, Emmylou Harris, Willie Nelson o Dolly Parton, hasta la nueva generación de músicos como Lyle Lovett, Steve Earle, Ricky Skaggs, Dwight Yoakam, Garth Brooks o Alison Krauss. Mucho de ellos fácilmente se pueden asociar con la tradición de folk americana ya parte del canon.
Sin embargo, partiendo de alguna manera de lo fácil, creo que se percibe aún en el country más light, menos cool, un gran nivel musical y una fiel devoción a la tradición establecida de contar historias. Por citar un ejemplo, Charlie Rich -por cierto, un cantautor de una formación musical muy ecléctica- tuvo mucho éxito en la década de los 70 con canciones muy sentimentales de un estilo pop-country como ‘Behind Closed Doors’ o ‘The Most Beautiful Girl’. Nada que ver con el outlaw country de Waylon Jennings, por ejemplo, o el nivel alto de la composición de Kris Kristofferson. De alguna manera, su homóloga de esa época es Tammy Wynette, cuya música incorporó temas como la soledad o las dificultades de las relaciones interpersonales, aunque me parece que Wynette ha recibido más aclamación por parte de la crítica musical que Rich. Y a pesar de todo ello, creo que Rich tiene una voz extraordinaria, y la letra de sus canciones reflejan las mismas preocupaciones que Wynette, incluso una cierta fragilidad sentimental nada compatible con la percepción machista del country.
Pero si hay un cantante country, y una canción en particular, que se ha asociado con la frivolidad del género, sería Billy Ray Cyrus y su ‘Achy Breaky Heart’ del año 1992. Según Wikipedia, “La canción fue denominada como la segunda peor en una lista confeccionada por el canal VH1 de 50 Most Awesomely Bad Songs Ever, y por la revista Blender en las peores canciones de la historia”, y mientras no estoy por defenderla como la máxima expresión del arte musical, vuelvo al tema: el padre de Miley posee una voz barítona potente, como Charlie Rich, y llena de soul aunque con menos rango, igual. ¿Y la canción? Bueno, el arte es subjetivo y cada uno es libre de determinar sus propios gustos. Como se ha notado, el country exige una historia en sus canciones, buen reflejo de sus raíces en la tradición folk. Como ‘The Most Beautiful Girl’, es una historia de amor perdido, aunque con un toque de humor y, me atrevería decir, una conciencia de si misma, de su simplicidad. Es más, la performance de Cyrus hace hincapié en el contraste de la letra bastante negativa y la música más alegre. Y así, se convertido en una de las canciones más emblemáticas de los 90.
A modo de contraste, y saliendo del campo de country hortera hacia un estilo de música más cool en su día, me gustaría plantear tener en cuenta otra canción representativa de la misma década: ‘Wonderwall’ (1995) de Oasis. Dejando a un lado la cuestión de la voz de Liam Gallagher -a mi me gusta su estilo nasal rasposo a modo de Johnny Rotten aunque claro, en un plano técnico, no tiene nada que ver con la de Billy Ray Cyrus- por todo que una generación de adolescentes, universitarios o jóvenes en general pensaba en lo profundo de su letra, el mismo Noel Gallagher ha subrayado más de una vez que su composición parte más de la cadencia que la palabra. El mensaje de ‘Wonderwall’ se expresa más en la narrativa de su música que en su letra. En fin, que no hay mensaje. La letra no quiere decir nada. En este sentido, desde una perspectiva de composición, música e interpretación, ‘Achy Breaky Heart’ tiene más méritos que, a lo mejor, uno pensaría a primera vista.
Y es porque, en el fondo, por mucho que el country se ha vinculado con un contenido casi bufo en sus múltiples expresiones, exige en el fondo una calidad musical a nivel técnico y una dimensión cautivadora en la letra. En cierto modo, he aprendido a que me guste el country; más, todavía, que los chipirones en su tinta.